Al margen de la palabreja, que en realidad en español se ha empezado a usar de forma reciente por la influencia de las malas traducciones, el hecho en sí es importante. ¿Por qué tenemos esa tendencia a posponer el hacer todo aquello que nos causa dolor, cansancio, incomodidad? El problema es que lo hacemos incluso cuando tenemos claro que cuanto más tardemos será peor. ¡Qué mal hábito! Y sin embargo, qué difícil de erradicar.
Si acometiéramos todo aquello que sabemos que tenemos que hacer, cuanto antes, sin pensarlo, no acumularíamos una carga de trabajos atrasados, de compromisos pendientes, que nos impiden vivir más ligeramente. Y la vida tiene que ser un paseo ligero, un camino en el que no nos dé miedo analizar nuestras acciones. Es difícil mantener la ligereza cuando un sentimiento de culpa nos está enviando avisos desde algún recóndito lugar de nuestro cerebro con la cantidad de cosas que tendríamos que haber hecho y no hacemos.
En definitiva, no hay sustituto, ni remedio, ni nada que nos pueda resolver la cuestión. Lo único que se puede hacer cuando hay que hacer algo es HACERLO. Ya, estaría bien alguna receta milagrosa que nos permitiera eludirlo, pero no. La mayoría de las veces, además, no será tan duro como nos parecía, y nos sentiremos mucho (muchísimo) mejor que si lo vamos amontonando para ver si se soluciona solo.
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