Me reconozco abiertamente anti-huelga. Siempre me ha parecido mal que cuando uno tiene un problema haga víctima a los demás de él. Pero no a los causantes del problema, sino al resto de los ciudadanos. No pasa nada, claro, porque hoy por ti, mañana por mí: hoy te jorobo yo sin poder coger el Metro y mañana tú te pudres en urgencias porque hay huelga de Sanidad. Siempre recordaré cuando, allá por 1988, sí el siglo pasado, hubo una huelga general. En aquella época trabajaba en una entidad bancaria y vi cómo los sindicatos negociaban con las patronales tranquilamente, sospechosamente tranquilos. Al final, se convocó la huelga. Las empresas se ahorraron un día de sueldo de un montón de personas y todos tan contentos. Y recuerdo cómo vinieron a media mañana los piquetes a llamar a nuestra puerta, porque nosotros habíamos decidido no hacer la huelga. Nos obligaron a cerrar. Obviamente, yo estaba muchísimo más cabreado con los piquetes que con la empresa o el Gobierno, porque me violaro...
Simplemente mis reflexiones acerca de las cosas que ocurren. Sin más.
No son dogmas. De hecho, ni siquiera sé si continuaré pensando igual en el futuro.