A ver si esta situación te suena. Vas conduciendo a un lugar que no conoces. Al lado va alguien que te quiere mucho, quizás tu pareja. Cuando te quieres dar cuenta, te has pasado el desvío que tenías que tomar, y la siguiente calle es prohibida, no puedes dar la vuelta y pierdes un montón de tiempo. Te sientes mal, y encima escuchas "si es que te tenías que haber metido por la anterior", o "no sé por qué no me haces caso" o un sinfín de "tenías que" que, normalmente, se extienden en el tiempo hasta bastante después de haber llegado al sitio en cuestión.
Peor aún es cuando nos auto-recriminamos por haber cometido el error: "si es que siempre me pierdo", "tendría que haberme metido por la calle ésa", "si hubiera mirado el mapa antes..."
Sin embargo, nunca me ocurre esto con la simpática señorita que me habla desde el navegador GPS. Yo le pongo la dirección y ella me va indicando. A veces (bastantes) no le hago caso y no me meto por el desvío que me sugiere, pero jamás me reprocha por ello: automáticamente recalcula la nueva ruta según la nueva posición que tenemos y indica el siguiente paso a seguir con la misma simpatía., sin rencor.
Pues bien, estoy absolutamente convencido que nuestro grado de felicidad es directamente proporcional a nuestra capacidad de actuar como la señorita del GPS, con nuestros errores y con los de los demás. Si en vez de emplear tiempo y energía reprochándonos (o al prójimo) lo que tendríamos que haber hecho, recordando la decisión tan errónea que tomamos o repitiendo los tan frecuentes "te lo dije", nos dedicáramos a olvidarnos del error (que ya forma parte del pasado) y pensáramos automáticamente en cuál es la siguiente mejor opción, no sólo seríamos mucho más felices sino que repartiríamos felicidad alrededor de nosotros.
Cada vez que estemos a punto de reprocharnos, o reprochar a los demás, ese error que cometieron acordémonos de la señorita del GPS, que jamás pierde la calma, siempre ayuda, sólo vive el presente enfocada en el futuro, no reclama atención ni pretende quedar encima.
Me recuerda a mi amiga (y excelente coach) Amaya Elezcano: no sólo jamás te suelta el temido "te lo dije", sino que te comenta alegremente "has llegado a tu destino", como si el mérito fuera tuyo.
Peor aún es cuando nos auto-recriminamos por haber cometido el error: "si es que siempre me pierdo", "tendría que haberme metido por la calle ésa", "si hubiera mirado el mapa antes..."
Sin embargo, nunca me ocurre esto con la simpática señorita que me habla desde el navegador GPS. Yo le pongo la dirección y ella me va indicando. A veces (bastantes) no le hago caso y no me meto por el desvío que me sugiere, pero jamás me reprocha por ello: automáticamente recalcula la nueva ruta según la nueva posición que tenemos y indica el siguiente paso a seguir con la misma simpatía., sin rencor.
Pues bien, estoy absolutamente convencido que nuestro grado de felicidad es directamente proporcional a nuestra capacidad de actuar como la señorita del GPS, con nuestros errores y con los de los demás. Si en vez de emplear tiempo y energía reprochándonos (o al prójimo) lo que tendríamos que haber hecho, recordando la decisión tan errónea que tomamos o repitiendo los tan frecuentes "te lo dije", nos dedicáramos a olvidarnos del error (que ya forma parte del pasado) y pensáramos automáticamente en cuál es la siguiente mejor opción, no sólo seríamos mucho más felices sino que repartiríamos felicidad alrededor de nosotros.
Cada vez que estemos a punto de reprocharnos, o reprochar a los demás, ese error que cometieron acordémonos de la señorita del GPS, que jamás pierde la calma, siempre ayuda, sólo vive el presente enfocada en el futuro, no reclama atención ni pretende quedar encima.
Me recuerda a mi amiga (y excelente coach) Amaya Elezcano: no sólo jamás te suelta el temido "te lo dije", sino que te comenta alegremente "has llegado a tu destino", como si el mérito fuera tuyo.
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