Muchas veces me he planteado por qué es tan cierta, habitualmente, la expresión de nadie es profeta en su tierra. Entiendo que muchas veces las personas que más te conocen, que te han visto en todo tipo de situaciones (muchas de ellas ridículas), que saben todos tus defectos, esas personas es difícil que te vean como alguien extraordinario, si es que lo eres. Les ha pasado a artistas, científicos, deportistas... personas que siendo especiales no han tenido el respaldo de su gente, su ciudad, su país.
Sin embargo, en el caso de quienes deciden, (o decidimos) con mayor o menor éxito, intentar evolucionar como personas, crecer cada día un poco, ser mejores en las relaciones con los demás, etc., a veces esa forma en que nos ven los más cercanos está totalmente justificada. ¿Por qué? Porque a veces (sólo a veces...), es precisamente con las personas más cercanas con las que más nos cuesta aplicar lo que tan fácilmente predicamos y enseñamos a otros. De hecho, cometemos en casa, con nuestra gente, los errores más garrafales en cuanto a relaciones humanas, disciplina, paciencia, empatía, capacidad de escucha, y un montón más de virtudes más de las que somos maestros fuera de casa.
Creo que la grandeza se ve en los detalles pequeños. Es fácil dar una charla ante cientos de personas sobre motivación y crecimiento personal. Lo difícil es mantener la actitud adecuada precisamente cuando es necesario. Si tú eres de los que ante los menos conocidos defiende la actitud de superación, ¿cómo te comportas ante una crisis personal? ¿Qué pasa cuando tu mujer o hijos te ponen al límite? ¿Te hundes ante un suceso desastroso? ¿Estás bajo las circunstancias o encima de ellas?
En fin, que todos debemos analizar si realmente somos lo que decimos, si nos comportamos como esas personas fantásticas que nos gustaría ser 24h/día, si realmente nuestro optimismo es sólo ante los problemas de los demás o afrontamos deportivamente nuestra vida. Una vez más, no olvidemos que lo que hacemos habla tan alto que lo que decimos no se oye.
Aunque actualmente no me dedico de forma personal a impartir cursos de coaching, charlas de motivación o similares, me gusta intentar atacar las situaciones de una forma proactiva, no permitir que mi actitud esté a merced de lo que ocurre o de lo que piensan los demás. Sin embargo, a veces cuesta aplicar todo eso tan sencillo de entender y de explicar precisamente con las personas que más me importan. Y cuando ocurre esto, no nos extrañemos si no somos profetas en nuestra tierra. Tampoco lo seríamos fuera si nos comportáramos como en casa.
Sin embargo, en el caso de quienes deciden, (o decidimos) con mayor o menor éxito, intentar evolucionar como personas, crecer cada día un poco, ser mejores en las relaciones con los demás, etc., a veces esa forma en que nos ven los más cercanos está totalmente justificada. ¿Por qué? Porque a veces (sólo a veces...), es precisamente con las personas más cercanas con las que más nos cuesta aplicar lo que tan fácilmente predicamos y enseñamos a otros. De hecho, cometemos en casa, con nuestra gente, los errores más garrafales en cuanto a relaciones humanas, disciplina, paciencia, empatía, capacidad de escucha, y un montón más de virtudes más de las que somos maestros fuera de casa.
Creo que la grandeza se ve en los detalles pequeños. Es fácil dar una charla ante cientos de personas sobre motivación y crecimiento personal. Lo difícil es mantener la actitud adecuada precisamente cuando es necesario. Si tú eres de los que ante los menos conocidos defiende la actitud de superación, ¿cómo te comportas ante una crisis personal? ¿Qué pasa cuando tu mujer o hijos te ponen al límite? ¿Te hundes ante un suceso desastroso? ¿Estás bajo las circunstancias o encima de ellas?
En fin, que todos debemos analizar si realmente somos lo que decimos, si nos comportamos como esas personas fantásticas que nos gustaría ser 24h/día, si realmente nuestro optimismo es sólo ante los problemas de los demás o afrontamos deportivamente nuestra vida. Una vez más, no olvidemos que lo que hacemos habla tan alto que lo que decimos no se oye.
Aunque actualmente no me dedico de forma personal a impartir cursos de coaching, charlas de motivación o similares, me gusta intentar atacar las situaciones de una forma proactiva, no permitir que mi actitud esté a merced de lo que ocurre o de lo que piensan los demás. Sin embargo, a veces cuesta aplicar todo eso tan sencillo de entender y de explicar precisamente con las personas que más me importan. Y cuando ocurre esto, no nos extrañemos si no somos profetas en nuestra tierra. Tampoco lo seríamos fuera si nos comportáramos como en casa.
Buf, has dado en el clavo. Yo doy coaching profesionalmente pero luego en casa me cuesta mucho ser el tío encantador que soy ante mis alumnos...
ResponderEliminarClaro, es más fácil dar una charla excepcional a 30 ó 500 desconocidos que aplicar todo lo que dices en la charla, día a día, minuto a minuto.
ResponderEliminarPues creo que si uno no aplica algo no debería enseñarlo, ¿no?
ResponderEliminarEs un mal endémico del ser humano...en situaciones complicadas, aún sabiendo lo que tenemos que hacer, no lo hacemos. Es más, damos consejos, buenos consejos, que luego no aplicamos nosotros mismos en nuestra vida.
ResponderEliminarUn abrazo...Julio